A pesar del frio, que noche mas buena pasamos ayer en el Vicente Calderon!!!
Lo imposible es posible en el fútbol. Sobre todo, si el Atlético está por medio. Capaz de romper todas las lógicas de este deporte, de la psicología incluso; siendo como es un equipo de diván, que hoy visita el paraíso y mañana el infierno, porque no tiene medida, que es un rompecabezas, que se quiere y se odia, se suicida y resucita, vive y muere sin razón alguna, porque le da la gana, el Atlético es un prodigio, un prestidigitador, un encantador de serpientes, a ratos verdad, a ratos mentira, fuerte y débil, grande y pequeño. El Atlético firmó una magnífica remontada de la eliminatoria y lo hizo de forma insólita, mostrando sus virtudes, portero incluido, antes de mostrar sus miserias, que las tiene, vaya si las tiene. Sigue adelante el Atlético porque esta vez creyó en sí mismo y porque sobrevivió incluso a esos ratos en los que le da por abrir la espita del gas y encender una cerilla.
El Atlético cumplió uno a uno todos los códigos que debe tener una remontada que se precie. Hizo la primera falta (minuto 1), provocó el primer córner (minuto 2) y lanzó el primer disparo a puerta (minuto 3). Así saltó a escena el equipo de Quique, a reventar , como había pedido el técnico, aunque "con inteligencia".Y reventó al Recreativo, un equipo de Segunda plagado de suplentes, a la velocidad justa, elaborando, huyendo del pelotazo, esperando el desmarque del Kun, de Forlán, de Reyes, de Simão, que barrían el área del Recre para desesperación de los defensas rivales, suplentes habituales la mayoría de ellos, que recibieron palos hasta decir basta... Llegaba al ataque con pasmosa facilidad el Atlético, incrustado Jurado entre líneas; desatado Forlán, que caía a las bandas arrastrando a los centrales, abriendo huecos por donde asomaban sus socios en manada, con Agüero a la cabeza. A la derecha se tiró el uruguayo en aquella acción en la que Reyes recibió en el vértice del área. El sevillano, que ha enterrado al ex futbolista que llegó a ser, tocó para Forlán, que centró abajo desde la derecha. A pies de Simão cayó el balón y arriba fusiló el portugués con la izquierda. Comenzaba a ser posible lo imposible. A la red acudió veloz Agüero, que llevó la pelota al centro del campo. Sacó el Recre, robó el Atlético, se la ató el Kun a la bota y hasta el área avanzó: uno, dos, tres regates hizo antes de sacar el zurdazo que detuvo el portero. El Calderón rugía, el Recre temblaba, la marabunta era el Atlético y a la izquierda cayó Forlán, que progresó y centró abajo, donde llegaba Agüero, cuya actuación fue prodigiosa, y el argentino tocó con la izquierda, sin parar, a la red, la lámpara maravillosa en manos del yerno de Dios, que anoche emuló a su suegro montando un quilombo cada vez que tocaba la pelota.
Quedaba para el Atlético tiempo, aire, vida. Sin embargo, también le quedaba rival, un dignísimo Recre, que, aunque agujereado en la defensa, intentaba estirarse, siempre tocando, con el balón al pie. Pero el Atlético era un martillo pilón. Y botó aquel córner Simão que Ujfalusi cabeceó en el área pequeña para lograr el 3-0. La eliminatoria igualada, el delirio en el Calderón. Y, de repente, el silencio. Sacó de centro el Atlético para inaugurar el segundo acto y la pelota le llegó a Perea, jugador profesional que es y que fue incapaz de dominar tan extraño, y lento, elemento. Se llevó el balón Formaroli, que lanzó a las manos de De Gea, que daba inicio a su recital. El de Perea era el primer aviso, el bocinazo que anunciaba que aquella majadería podía tener continuación. El susto no detuvo a Forlán, que lanzó durísimo, rechazó Bernardo y marcó el Kun, aunque en fuera de juego. Al instante, el uruguayo, centró desde la derecha sin que nadie acertara a meter la puntera. Y como el chico es incansable, se llevó el balón por la derecha y se plantó ante el portero. Tenía a su izquierda a Agüero, pero optó por hacer una obra de arte, una vaselina que el larguero dejó en un brochazo. Y entonces se vio lo nunca visto, Antonio López, o Pelé sería, levantó el balón con el empeine desde el suelo para elevarlo sobre su cabeza y dar un pase de espaldas a Reyes. Pero el Atlético comenzaba a romperse, cinco defendiendo y cinco atacando, y De Gea apagando el fuego. Pero, claro, los cinco de arriba eran los que eran. Así que Jurado recibió de Reyes, se fue por la izquierda, centró y, en pleno barullo, Simão cede atrás para que Agüero lanzara, mal, muy mal, con la suerte de que allí andaba un defensa en quien rebotó el balón y se fue dentro. El 4-0 en el marcador, el imposible que era posible, el Manzanares enloquecido...
Pero esto es el Atlético. Palabras mayores. Nadie sabe qué pasaría por la cabeza de Assunção cuando decidió regatear a dos rivales en su propia área. Carmona, que era uno de ellos, se aprovechó de tamaña imbecilidad para batir al imbatible De Gea. Sólo un minuto después, el propio Assunção pateó a un rival y vio la tarjeta amarilla, la segunda. Más difícil todavía. El Atlético, hecho jirones, con un jugador menos, estaba obligado a ir aún más lejos, a conseguir el quinto gol. Por el campo se arrastraban muchos de sus jugadores, agotados física y mentalmente. Pero no Forlán. Ni Reyes. Agüero, sí, pero como si no. Hecho unos zorros, intentó penetrar en el área y en el vértice recibió la falta. Y allí estaba Simão. Su pie derecho enguantado, su toque de balón. A la escuadra, sensacional. Un órdago que fue el gol al destino de un equipo único, que es un puro disparate en lo bueno y lo malo, en la salud y la enfermedad. ¡Qué Atlético! ¡Qué grande
(Fuente: El Pais)
Lo imposible es posible en el fútbol. Sobre todo, si el Atlético está por medio. Capaz de romper todas las lógicas de este deporte, de la psicología incluso; siendo como es un equipo de diván, que hoy visita el paraíso y mañana el infierno, porque no tiene medida, que es un rompecabezas, que se quiere y se odia, se suicida y resucita, vive y muere sin razón alguna, porque le da la gana, el Atlético es un prodigio, un prestidigitador, un encantador de serpientes, a ratos verdad, a ratos mentira, fuerte y débil, grande y pequeño. El Atlético firmó una magnífica remontada de la eliminatoria y lo hizo de forma insólita, mostrando sus virtudes, portero incluido, antes de mostrar sus miserias, que las tiene, vaya si las tiene. Sigue adelante el Atlético porque esta vez creyó en sí mismo y porque sobrevivió incluso a esos ratos en los que le da por abrir la espita del gas y encender una cerilla.
El Atlético cumplió uno a uno todos los códigos que debe tener una remontada que se precie. Hizo la primera falta (minuto 1), provocó el primer córner (minuto 2) y lanzó el primer disparo a puerta (minuto 3). Así saltó a escena el equipo de Quique, a reventar , como había pedido el técnico, aunque "con inteligencia".Y reventó al Recreativo, un equipo de Segunda plagado de suplentes, a la velocidad justa, elaborando, huyendo del pelotazo, esperando el desmarque del Kun, de Forlán, de Reyes, de Simão, que barrían el área del Recre para desesperación de los defensas rivales, suplentes habituales la mayoría de ellos, que recibieron palos hasta decir basta... Llegaba al ataque con pasmosa facilidad el Atlético, incrustado Jurado entre líneas; desatado Forlán, que caía a las bandas arrastrando a los centrales, abriendo huecos por donde asomaban sus socios en manada, con Agüero a la cabeza. A la derecha se tiró el uruguayo en aquella acción en la que Reyes recibió en el vértice del área. El sevillano, que ha enterrado al ex futbolista que llegó a ser, tocó para Forlán, que centró abajo desde la derecha. A pies de Simão cayó el balón y arriba fusiló el portugués con la izquierda. Comenzaba a ser posible lo imposible. A la red acudió veloz Agüero, que llevó la pelota al centro del campo. Sacó el Recre, robó el Atlético, se la ató el Kun a la bota y hasta el área avanzó: uno, dos, tres regates hizo antes de sacar el zurdazo que detuvo el portero. El Calderón rugía, el Recre temblaba, la marabunta era el Atlético y a la izquierda cayó Forlán, que progresó y centró abajo, donde llegaba Agüero, cuya actuación fue prodigiosa, y el argentino tocó con la izquierda, sin parar, a la red, la lámpara maravillosa en manos del yerno de Dios, que anoche emuló a su suegro montando un quilombo cada vez que tocaba la pelota.
Quedaba para el Atlético tiempo, aire, vida. Sin embargo, también le quedaba rival, un dignísimo Recre, que, aunque agujereado en la defensa, intentaba estirarse, siempre tocando, con el balón al pie. Pero el Atlético era un martillo pilón. Y botó aquel córner Simão que Ujfalusi cabeceó en el área pequeña para lograr el 3-0. La eliminatoria igualada, el delirio en el Calderón. Y, de repente, el silencio. Sacó de centro el Atlético para inaugurar el segundo acto y la pelota le llegó a Perea, jugador profesional que es y que fue incapaz de dominar tan extraño, y lento, elemento. Se llevó el balón Formaroli, que lanzó a las manos de De Gea, que daba inicio a su recital. El de Perea era el primer aviso, el bocinazo que anunciaba que aquella majadería podía tener continuación. El susto no detuvo a Forlán, que lanzó durísimo, rechazó Bernardo y marcó el Kun, aunque en fuera de juego. Al instante, el uruguayo, centró desde la derecha sin que nadie acertara a meter la puntera. Y como el chico es incansable, se llevó el balón por la derecha y se plantó ante el portero. Tenía a su izquierda a Agüero, pero optó por hacer una obra de arte, una vaselina que el larguero dejó en un brochazo. Y entonces se vio lo nunca visto, Antonio López, o Pelé sería, levantó el balón con el empeine desde el suelo para elevarlo sobre su cabeza y dar un pase de espaldas a Reyes. Pero el Atlético comenzaba a romperse, cinco defendiendo y cinco atacando, y De Gea apagando el fuego. Pero, claro, los cinco de arriba eran los que eran. Así que Jurado recibió de Reyes, se fue por la izquierda, centró y, en pleno barullo, Simão cede atrás para que Agüero lanzara, mal, muy mal, con la suerte de que allí andaba un defensa en quien rebotó el balón y se fue dentro. El 4-0 en el marcador, el imposible que era posible, el Manzanares enloquecido...
Pero esto es el Atlético. Palabras mayores. Nadie sabe qué pasaría por la cabeza de Assunção cuando decidió regatear a dos rivales en su propia área. Carmona, que era uno de ellos, se aprovechó de tamaña imbecilidad para batir al imbatible De Gea. Sólo un minuto después, el propio Assunção pateó a un rival y vio la tarjeta amarilla, la segunda. Más difícil todavía. El Atlético, hecho jirones, con un jugador menos, estaba obligado a ir aún más lejos, a conseguir el quinto gol. Por el campo se arrastraban muchos de sus jugadores, agotados física y mentalmente. Pero no Forlán. Ni Reyes. Agüero, sí, pero como si no. Hecho unos zorros, intentó penetrar en el área y en el vértice recibió la falta. Y allí estaba Simão. Su pie derecho enguantado, su toque de balón. A la escuadra, sensacional. Un órdago que fue el gol al destino de un equipo único, que es un puro disparate en lo bueno y lo malo, en la salud y la enfermedad. ¡Qué Atlético! ¡Qué grande
(Fuente: El Pais)
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