Son nuestros fiordos, pero con mareas que suben y bajan, y cultivos marinos que enloquecen a cualquier paladar sensible. A las Rías Altas gallegas no se va en busca del sol; si lo encuentramos, fantástico, pero si falta, la variedad de planes alternativos a la playa es infinita. Lo más práctico es llevar siempre la toalla y el bañador a mano, porque alli, con el cielo, nunca se sabe... El paisaje es de locura y, en ocasiones, también las carreteras, sobre todo por la mala señalización. No debemos preocuparnos, no nos faltarán guías espontáneos que nos llevarán hasta el rincón deseado. Si algo sobra en Galicia, aparte de marisco, es gente amable y hospitalaria.