Una particularidad de la ciudad de Lisboa, así como de muchas otras poblaciones de Portugal, es su característico adoquinado de las aceras.
El motivo de que gran número de calles portuguesas tengan en sus aceras esos adoquines, proviene del terrible terremoto que sufrió la capital lusa en el año 1755.
Dicho seísmo se produjo la mañana del día de ‘Todos los santos’ y tuvo una magnitud entre 8,5 y 9,5 grados en la escala de Richter. El terremoto fue seguido por un gigantesco maremoto y un devastador incendio que afectó a Lisboa casi en su totalidad.
Por tanto tras el desastre había que levantar de nuevo por completo, la capital y un gran número de poblaciones portuguesas, por lo que el Marqués de Pombal (Primer ministro del rey José I) tomó el mando de la reconstrucción de la ciudad y diseñó una urbe hecha a su gusto y antojo. Para abaratar costes y aprovechar recursos, el Marqués ordeno reutilizar los muros y piedras de los escombros de las construcciones venidas abajo tras la catástrofe y convertirlos en adoquines para asfaltar las aceras de las calles. De ahí partió la base para el mundialmente conocido como “empedrado portugués” y que tanto se popularizó a partir de mediados del siglo XIX.
Por tanto tras el desastre había que levantar de nuevo por completo, la capital y un gran número de poblaciones portuguesas, por lo que el Marqués de Pombal (Primer ministro del rey José I) tomó el mando de la reconstrucción de la ciudad y diseñó una urbe hecha a su gusto y antojo. Para abaratar costes y aprovechar recursos, el Marqués ordeno reutilizar los muros y piedras de los escombros de las construcciones venidas abajo tras la catástrofe y convertirlos en adoquines para asfaltar las aceras de las calles. De ahí partió la base para el mundialmente conocido como “empedrado portugués” y que tanto se popularizó a partir de mediados del siglo XIX.
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