“Somos de quien nos escribe”, leí un día. De quien nos entiende, de quien luego nos puede explicar también. Somos de quien nos acaricia, quien nos traza con dulzura, quien encuentra adorable cada defecto, cada marca, cada cicatriz.
Somos indudablemente de quien nos ama y nos protege, aun con heridas, aun con rasguños. No somos de quien nos sana, somos de quien ya sanadas está ahí, para nosotras, ante todo.
Somos de quien día a día nos va descubriendo, cada secreto, cada momento, cada cosa del pasado, sin importar que haya sucedido, sin importar nada. Somos de quien no nos tiene secretos, de quien podemos contarles todo sin pena, sin vergüenza, sin reparos.
Somos de quien nos ve como si fuéramos la joya más preciada, la más bonita, la mejor. De quien nos toma con firmeza y delicadeza, de quien nos cuida ante todo y todos, y quien siempre, en todo momento nos defenderá.
Somos de quien nos pone en prioridades, quien nos da su tiempo, quien nos da también libertad; somos de quien nos besa bonito, de quien nos besa salvaje, de quien siempre nos va a besar.
Somos de quien ama todo de nuestro ser, de nuestra esencia, de quien no quiere cambiar ni un solo centímetro, de quien conoce todos nuestros errores y tropiezos y aún así se quiere quedar.
Somos de quien se quedó a nuestro lado a pesar de los ratos malos, a pesar de los presagios, de las lágrimas o enojos, de las caras enojadas, de los días sin remedio; somos definitivamente de quien sigue aquí, a nuestro lado, queriéndonos en todo momento, queriendo después del tiempo seguir conociendo más, creyendo que nos conoce siempre pero ir descubriendo que en nuestro interior hay aún misterios que quiere ir descifrando.
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