Las matemáticas no es la tediosa asignatura que atormenta a los estudiantes de bachillerato o universitarios. Es algo más sutil que impregna nuestro entorno, incluso nuestra concepción del mundo. Es importante darse cuenta del poder que subyace en las matemáticas para emitir un juicio de valores. Fluido etéreo que se manifiesta en todo cuanto nos rodea: edificios, semáforos, puentes, relojes, catedrales, equipos de música, etc. Uno de los culpables fue sin duda Descartes.
El mundo moderno, ese mundo nuestro de triunfante racionalidad, dio comienzo el 10 de noviembre de 1619, con una revelación y una pesadilla. Aquel día, en una habitación de la pequeña villa bávara de Ulm, un francés de veintitrés años, de nombre René Descartes, se acurrucó en una estufa de pared y tras calentarse bien en ella, tuvo una visión. No fue una visión de Dios, ni de la Madre de Dios, ni de carros celestiales. La visión de Descartes fue la unificación de toda la ciencia. La visión estuvo precedida por un estado de intensa concentración y agitación.
Recalentada, la mente de Descartes entró en ignición y proporcionó soluciones a problemas tremendos, que le habían estado abrumando durante semanas. Se hallaba poseído por un Genio, y las soluciones le fueron reveladas en medio de una luz cegadora e insoportable. Más tarde, agotado, se acostó y tuvo tres sueños que habían sido predichos por aquel Genio. En el primer sueño, un torbellino le arrastró a revolcones; fue aterrorizado por fantasmas. Experimentó una constante sensación de caída. Imaginó que le era ofrecido un melón traído de tierras lejanas. El viento amainó, y se despertó. Su segundo sueño estuvo poblado de tronidos y de chispas que volaban en torno a su cuarto. En el tercer sueño todo fue calma y contemplación. Sobre la mesa descansaba una antología poética. La abrió al azar y leyó el verso de Ausonio, 'Quod vitae sectabor iter' (¿Qué senda tomaré en la vida?). Se le apareció un extraño y le citó el verso 'Est et non' (Sí y no). Descartes quiso mostrarle en qué punto de la antología podía leerse el verso, pero el libro desapareció y luego reapareció. Dijo al extraño que le mostraría un verso mejor, que comenzaba 'Quod vitae sectabor ite'. En este punto, el hombre, el libro y el sueño entero se esfumaron.
Descartes quedó tan maravillado por todo esto que se puso a rezar. Dio por supuesto que sus sueños eran de origen sobrenatural. Hizo votos de poner su vida bajo la protección de la Santa Virgen y la promesa de ir en peregrinación desde Venecia a Nuestra Señora de Loreto, viajando a pie y vestido con las ropas de más humilde aspecto que pudiera encontrar. ¿Qué idea pudo ver Descartes en aquel fogonazo abrasador? Él mismo nos dice que su tercer sueño señalaba nada menos que a la unificación e iluminación de la ciencia toda, e incluso de la totalidad del conocimiento, merced a un mismo y único método: el método de la razón.
Dieciocho años habrían de transcurrir hasta que el mundo pudo disponer de los detalles de aquella grandiosa y de los 'mirabilis scientiae fundamenta', de los fundamentos de una ciencia maravillosa. La forma en que logró expresarlos puede verse en el celebérrimo 'Discurso del método para bien conducir la razón y buscar la verdad de las ciencias'. Pero, ¿cómo Descartes llego a tal increíble percepción?
Siendo niño, debió de enfrentarse a un cierto problema matemático. Probó para resolverlo por aquí y por allá, pero sin éxito. Se atascó. Sencillamente, no puedo resolver el problema. Las matemáticas, dijo Descartes, son cosa de la mente. Sus verdades, deducidas a través de una serie de pequeños pasos de la razón humana. ¿Por qué habría la mente de bloquearse a sí misma? Si la mente concibe un problema, tendrá igualmente que revelar la senda por la cual habrá de encontrarse la solución. Posiblemente surgió en Descarte una especie de furia cósmica, una furia que duró toda una vida, que él trató de disipar hallando un método que siempre garantizase la obtención de soluciones. La visión de Descartes se convirtió en el nuevo espíritu.
Dos generaciones más tardes, el matemático y filósofo Leibniz se refirió a la 'characteristica universalis', esto es, el sueño de un método universal merced al cual la totalidad de los problemas humanos, lo mismo científicos que jurídicos o políticos, pudieran ser resueltos racional y sistemáticamente mediante cálculo lógico. En nuestra generación, las visiones de Descartes y Leibniz son llevadas a la práctica desde todos los puntos de vista. El cartesianismo exige la primacía de la matematización del mundo.
(Escrito por Ricardo B. en Enero 7, 2004)
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